viernes, 20 de marzo de 2009

Marcos

Muy buenas a tod@s!! Queremos empezar dando las gracias a los que os habéis animado a comentar las entradas. Hoy, Path nos trae un nuevo texto. No queremos desvelar nada, así que no diremos de qué trata. De todas formas, el mensaje, una vez leído el texto, queda claro. Que lo disfrutéis tanto como nosotros lo hemos hecho!!!


Marcos quería ser astronauta, Siempre quiso serlo, desde muy pequeño, desde aquel día que pronunció esa palabra: “astonauta”, había dicho, provocando que sus padres lloraran de risa. Marcos soñaba con las estrellas y los planetas, y tenía, colgando sobre su camita, un juguete del Sistema Solar, que tenía luces y giraba. Marcos aprendió a hablar enumerando los planetas del Sistema Solar: “La Tera, Mate, Júpite...”. Marcos empezó el cole, y le gustaban las matemáticas. Con cinco años, Marcos pidió a los Reyes Magos un cohete espacial para poder ir al espacio con sus papás. A los siete, dormía con un pijama blanco, con las mangas rojas, que tenía un montón de Lunas y cohetes amarillos estampados. Cuando cumplió la decena, empezó a ir solo al cole, que tenía muy cerquita de casa. Durante su decimosegundo año de vida, besó por primera vez a una niña, Estela, rubia de ojos azules como Urano. A los quince años suspendió su primer examen, porque había tenido gripe. Al llegar a la mayoría de edad, dio su primera y única calada, “asquerosa”, según él, a un pitillo. Ese mismo año, ingresó en la facultad de Física. Cinco cursos después, terminó la carrera con una nota media de sobresaliente alto. Al siguiente año, volaba hacia Estados Unidos con una beca bajo el brazo para empezar su formación como astronauta. Con cuarenta años, tenía en su currículum dos misiones a la Luna, y un total de 11 meses y 37 días en la estación espacial internacional, y dos hijas: Aitné y Elara. Pero...

... lamentablemente no hubo primer beso con aquella niña de ojos azules como Urano; ni llegó a suspender algún examen; tampoco saboreó ninguna calada de un cigarro; no inició la carrera de física, ni obtuvo una nota media de sobresaliente alto; nunca pudo ir a Estados Unidos con una beca; ni acumuló viajes a la Luna o a la estación espacial internacional; y jamás puso nombres de Lunas de Júpiter a ninguna hija.

Y no pudo hacer nada de eso porque, un Lunes de Abril de 1997, por la mañana temprano, un muchacho de veintipocos había alargado bastante su fin de semana, y conducía su coche lo suficientemente borracho como para que su cerebro no viera al niño cruzar por el paso de peatones, con el uniforme verde del cole, su mochila “Space”, que tenía una pegatina en la que se leía “Galaxy”, y con un cohete de juguete, amarillo, en la mano, haciendo que volara a través del cinturón de asteroides de más allá de Marte, imitando el rugido de los propulsores: “¡Fiuuuuu!,¡Fiuuuuu!”. En aquel preciso instante, el destino se disfrazó de ironía, pues el cohete de plástico voló sobre el “Ford” negro, cuyos neumáticos protestaban por la terrible deceleración en tan corto espacio de tiempo, mientras los bajos del coche descarnaban los sueños de un niño que quiso ser “astonauta”.

Path

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