jueves, 26 de marzo de 2009

Capítulo 2. La Cabina(I)

Primera parte del 2º capítulo de la historia que está creando Path.


El insomnio le había vencido una vez más. Le volvió a ganar esta batalla; la guerra, hacía tiempo que estaba perdida. Demasiadas eran las preocupaciones, excesivos los engaños ocultados. Ya ni siquiera tomaba la medicación que le había recetado el doctor Márquez. Dormir al lado de Verónica, su mujer, era, para el veterano inspector Hernández, una tarea imposible. El reloj de pared de la sala, que les habían regalado los padres de Verónica con motivo del primer aniversario de boda, dio las cinco. ¿Cuántas veces había deseado destrozar aquel maldito reloj?, ¿cuántas veces lo escuchó dar las horas tendido en la cama?. Muchas. Aquella noche no pudo soportar los ronquidos de su esposa, y se levantó. Se puso la bata y salió de la habitación descalzo, le gustaba la sensación que le producía la moqueta en las plantas de los pies. Aquella sensación era lo único agradable que experimentaba durante las largas noches en vela. Encendió la luz del cuarto de baño y cuando se miró en el espejo no le gustó lo que vio: arrugas, bolsas bajo los ojos, manchas y más arrugas. Al enjuagarse la cara con agua fría, la imagen no mejoró mucho. Puso rumbo a la sala de estar, donde solía pasar las noches haciendo crucigramas. Al llegar a la cocina notó que tenía la boca pastosa, abrió la puerta del frigorífico y bebió un largo trago de zumo de melocotón directamente del cartón, algo que no hubiera hecho durante el día, con Verónica en casa. Pero, durante las noches, la casa era suya, coto privado donde él era el amo. Cuando el estómago protestó por el cambio drástico de temperatura, lo decidió. No quería pasar otras cinco horas perdiendo el tiempo, se sentía con fuerzas, y empezaría su turno mucho antes. Media hora después, tras una ducha rápida, una taza de café acompañado de dos magdalenas y ponerse el traje (que Verónica había planchado para ese día), estaba arrancando el motor de su viejo, pero resistente, volvo V40.

Juan Rivero era, aquella noche, el policía de guardia en el parking de la comisaría. El inspector Hernández sentía un gran afecto hacia Juan. Su hijo había muerto recientemente en un accidente de tráfico, del que el responsable fue el propio Juan. A pesar de todo, no había faltado un día al trabajo desde aquello. Con un “¡qué temprano viene usted hoy!” saludó al inspector. Nadie en la comisaría conocía los problemas de insomnio del inspector Hernández, como tampoco sabían todos los oscuros detalles de su vida. El inspector Hernández era el “abuelo” de la comisaría, todos le tenían en gran estima, le respetaban, e incluso algunos, le veneraban.

Al entrar en la comisaría notó que todo el mundo estaba alterado, los teléfonos sonaban, las fotocopiadoras no cesaban de “escupir” hojas de papel. Hernández no recordaba así los turnos nocturnos. Algo no iba bien.

- ¿Qué está haciendo aquí, inspector?– Hernández no había visto acercarse por su derecha, al subinspector que aquella noche estaba de guardia. Había salido de su despacho, que estaba muy cerca de la entrada -.

- ¿Qué sucede Campos?, ¿qué está pasando aquí?– fue la respuesta de Hernández-.

- No estamos muy seguros – dijo el subinspector Campos. Era un hombre joven, de treinta y dos años, que había ascendido rápidamente, gracias a una gran habilidad innata, que no pasaba desapercibida a nadie, ser el sobrino del comisario -. Alrededor de la medianoche recibimos una llamada telefónica..., pero será mejor que entremos en mi despacho, porque hay mucho que contar.

Hernández asintió, y siguió al subinspector Campos hacia su despacho. Era la primera vez que el inspector Hernández entraba en él, y la primera sensación que le produjo fue: vanidad. Todos los títulos, reseñas, comentarios, etc... obtenidos por (en muchas ocasiones injustamente, pensó Hernández, pero no lo dijo) el subinspector Campos, inundaban las paredes del despacho.

- Como le he dicho, hacia las doce de la noche recibimos una llamada extraña – dijo Campos mientras se sentaban -, a la que al principio no hicimos mucho caso, ya que, supusimos, era una broma. Unos quince minutos después recibimos otra llamada telefónica. Un anciano había escuchado “ruidos raros” en casa de sus vecinos, una sucesión de golpes y, cito textualmente: “un grito ahogado”.

- ¿Cuál era el contenido de la primera llamada? – preguntó Hernández-.

El subinspector Campos abrió un cajón de su escritorio, metió la mano y sacó una grabadora. Pulsó el “play” y el aparato se puso en marcha. La voz que escuchó, hizo que a Hernández se le erizaran los pelos de la nuca y se le pusiera la piel de gallina. “Los he matado... los he matado a todos...”. El sonido no podía identificarse como la voz de un hombre o de una mujer, ni siquiera podía identificarse como el de una persona. Tenía algo... sobrenatural, a la vez que metálico, artificial.

- ¿Han localizado el origen de la primera llamada? – volvió a preguntar Hernández, cambiando de posición en la silla.

- Sí, proviene de una cabina que se encuentra a unos diez metros de la dirección que nos facilitó el anciano – respondió Campos mientras ojeaba sus notas -. Enviamos a un par de coches patrulla para que comprobaran que, efectivamente, no se trataba de una broma – dijo mientras volvía a levantar la mirada -. Al llegar al lugar, los agentes se percataron de que la cabina telefónica estaba situada frente a una sucursal de un banco.

- Pida las imágenes a la compañía que se encarga de las cámaras de seguridad de ese banco.

- Ya lo hemos hecho, estamos a la espera de recibir el video. Los agentes accedieron al edificio y estaban interrogando al anciano antes de entrar... – el subinspector Campos no pudo terminar la frase, porque en ese momento llamaron a la puerta de su despacho -. ¡Adelante!

Una joven, que Hernández reconoció como la agente Salcedo, una de las encargadas de las comunicaciones, abrió la puerta.

- Están preparados para entrar subinspector – dijo la joven -. Sólo esperan órdenes.

- ¿Me acompaña, inspector? – preguntó Campos, y Hernández asintió.

Salieron del despacho, y se dirigieron hacia el panel de comunicaciones en el que trabajaba Salcedo. Al llegar, Campos pulsó el botón de la radio para comunicarse con los agentes.

- Entren – ordenó, mientras dejaba escapar el aire -. Esperemos que todo quede en una jodida broma – dijo Campos al soltar el botón -.

Una vez más, Hernández se limitó a asentir, con la mirada fija en la bombilla que avisaría de que los agentes intentaban comunicarse con la comisaría.

- ¿Sabemos algo del video de la cámara? – preguntó Campos en voz alta, para que todos le escucharan -.

- No, señor – dijo un agente que estaba sentado en el panel situado al lado del de Salcedo. Hernández reconoció por la voz, que era el agente Román -, pero estamos a punto de recibirlo.

Hernández continuaba con la mirada fija. El subinspector Campos se sentía nervioso, pero conseguía que no se le notara. Siempre se sentía así cuando era el responsable máximo de un caso, más aun, si Hernández estaba allí. La bombilla se encendió. La agente Salcedo abrió la comunicación.

- ¡Esto es una carnicería! – gritó el agente, al otro lado de la línea -. ¡Una puta carnicería!

Campos dio un respingo, Hernández, por el contrario, no se inmutó.

- ¿Qué han visto? – preguntó Campos, apretando el botón de la radio -. Repito, ¿qué han visto?

- Un cuerpo mutilado, y mucha, mucha sangre – contestó el agente -. Deben venir a encargarse de esto.

- Acordonen la zona, empiecen a interrogar a todos los vecinos, no dejen entrar a nadie en el edificio – ordenó el subinspector -. Estamos en camino.

- Pues no es ninguna broma – dijo el inspector Hernández-.

Campos le miró, con una mezcla de odio y resignación.

- Hemos recibido las imágenes de las cámaras de seguridad del banco – dijo el agente Román -.

- Busquen el momento de la llamada – ordenó Campos sin dejar de mirar a Hernández -. ¿Tiene algo que añadir, inspector?
No, nada – Hernández le devolvió la mirada -. Siga con el protocolo – dijo, dirigiéndose hacia los ordenadores donde se iban a visualizar las imágenes de las cámaras de seguridad -.



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