Hola a
tod@s, comenzamos una semana más, desde El Camino perdido,con un nuevo texto. En esta ocasión, Zhr, nos trae un pequeño relato sobre una historia que, quizá, muchos han vivido, otros, se sientan identificados. Disfrutadlo.
Sentí un aliento frío en mi oído izquierdo. Nunca imaginé que a mi lado estuviese él. Abrí los ojos tan despacio que me pareció una eternidad. Notaba que alguien se movía en la cama, lentamente. Cuando por fin conseguí encontrar mi mirada, tan perdida durante tantas horas, y darme cuenta de que estaba en mi cama, como la anterior noche, me giré con el miedo de saber que él, podía estar ahí, a mi lado, acariciándome, besándome y haciéndome sentir más placer del que nunca pude imaginar.
Sí, sentía que su corazón me acariciaba a mil revoluciones por minuto y yo no podía hacer nada. Me hubiese gustado separarme unos centímetros y poder suplicarle que se fuese de mi cama, que no volviese, que no quería volver a verlo,…que hoy, no podía ser suya.
Claro, sé que no entienden nada, perdón.
No sé qué día era, en qué hora vivía ni dónde me encontraba. Sólo recuerdo que ella, su antigua pareja, la peor mujer con la que se había acostado varias noches seguidas se acercó a mí. No podía creer que después de tanto tiempo aún se acordase de quién era yo. No podía imaginar cómo, una mujer con tal semblante y nítida pureza aparente, llegaba a ser tan vagamente inmaculada. No me miró a la cara, no se atrevió. Mantuvimos una conversación bastante corta y torpe aunque muy intensa. Nunca jamás revelaré lo que ella se conformó con decirme. Quizás por vergüenza, miedo, represión o simplemente, por contención.
Por esto y por momentos que quizás nunca recuperaré, he de decir que no quería que este hombre continuase en mi vida, dentro de mí, en mi cama. Me precipito. Sí quería, no podía. Querer no siempre es poder.
“…que hoy, no podía ser suya.” Volviendo a momentos como los de aquella mañana de invierno en la que sólo apetecía quedarse acurrucado debajo de una manta, un zumo de naranja para cortar la sed y un beso en la mejilla que te dejase sin aliento, he de decir que, ojalá esa mañana nunca hubiese terminado.
Nunca le pude decir que le quería con todo el amor que se puede querer a una madre y con toda la pasión acumulada a lo largo de tantos y tantos hombres.
Ese fue mi error. Podía haberle hecho la vida más clara y fácil. Podía haber sentido que él me amaba aunque estuviésemos tan lejos el uno del otro que no nos llegásemos a sentir. Podría haberme alimentado de su amor toda mi vida y aún me sobraría. Sé que él me hubiese dado todo lo que yo necesitaba. Yo podía darle lo que tenía y a él le hubiese bastado con tenerme. Me amaba con el mejor corazón que nunca existió y me observaba con la mejor mirada que nunca conocí.
Él soñaba y moría una y otra vez en su mundo y yo, en el de los dos. Zhr